La clave para entender el clamor de Jesús de la cruz se encuentra en la carta de Pablo a los gálatas: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley al convertirnos en una maldición para nosotros, porque está escrito: ‘Maldito es todo el que está colgado de un árbol'» (Gálatas 3:13, NIV).
Ser maldecido es ser apartado de la presencia de Dios, ser puesto fuera del campamento, ser separado de Sus beneficios. En la cruz, Jesús fue maldecido. Es decir, representó a la nación judía de los rompehielos que estuvieron expuestos a la maldición y tomó toda la medida de la maldición sobre Sí mismo. Como el Cordero de Dios, el Portador de Pecados, fue separado de la presencia de Dios.
En la cruz, Jesús entró en la experiencia de los abandonados en nuestro nombre. Dios le dio la espalda a Jesús y lo apartó de toda bendición, de toda custodia, de toda gracia y de toda paz.
Dios es demasiado santo para siquiera mirar la iniquidad. Dios el Padre le dio la espalda al Hijo, maldiciéndolo a la fosa del infierno mientras colgaba de la cruz. Aquí estaba el «descenso al infierno» del Hijo. Aquí la furia de Dios se enfureció contra él. Su grito era el grito de los condenados. Para nosotros.
Reflexiona sobre lo que Jesús hizo por ti en el Calvario. Da gracias por el Cordero de Dios que llevó tu pecado.