En comparación con Su enseñanza anterior durante el Sermón del Monte, el giro de Jesús a las parábolas puede parecer extraño.
Había usado instrucciones claras para enseñar a Sus seguidores a vivir y a hablar del Reino de Dios, y había exhibido el Reino de una manera tangible a través de Sus milagros. Pero de repente, cuando las multitudes llegan a escucharlo, se sube a un bote y habla en parábolas, historias sobre la siembra de semillas y la recolección de trigo (Mateo 13).
Cuando los discípulos le preguntan por qué, puesto que obviamente notaron el cambio, Su respuesta puede parecer aún más asombrosa: «A vosotros os ha sido concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no se les ha concedido» (Mateo 13:11).
En otras palabras, las parábolas están destinadas a dividir a la multitud. Si bien esto puede parecer como si Jesús negara el acceso de algunas personas, la diferencia que quiere decir no está en el mensaje, sino en la respuesta.
Las parábolas en sí presentan historias claras de eventos cotidianos que muchos en la multitud reconocerían. Jesús no codificaba Su enseñanza para impedir que algunas personas entendieran, ya que todos también entenderían las imágenes. Todos los reunidos allí ciertamente comprendieron los aspectos de las historias relacionadas con su vida cotidiana. En cambio, Su enseñanza dividió a los oyentes en dos grupos basados en sus propias respuestas.
Sus milagros habían atraído a muchos, y otros tal vez se habían asombrado por Su enseñanza anterior. Pero las parábolas mismas, al igual que en la historia de la semilla que cae en varios lugares (Mateo 13:3-9), revelaron la verdadera naturaleza de sus respuestas y sus decisiones reales.
Aquellos comprometidos con el Reino de Dios buscarían y encontrarían más entendimiento. Pero aquellos que no se comprometió —quizás escuchando solo por la emoción inicial— rechazarían la enseñanza por ininteligible.