En diferentes grados, cada uno de nosotros ha sentido el dolor del rechazo y la soledad. Cuando se trata, puede ser completamente debilitante. Tal dolor puede ser incluso tuyo en este momento.
Tal vez estés aislado en tu cubículo de oficina día tras día. O tal vez estás constantemente rodeado de gente, sin sentirte conectado. O tal vez te enfrentas a una crisis que nadie en la tierra puede soportar por ti.
Amigo, estoy aquí para decirte que Jesús sabe exactamente cómo te sientes. ¡Eso puede sonar un poco extraño, ya que Jesús es Dios, rodeado de multitudes de ángeles en gloria celestial!
Pero no olviden que Jesús una vez caminó sobre la tierra como hombre. «Fue despreciado y rechazado por los hombres; un hombre de penas, y familiarizado con el dolor; y como uno de los cuales los hombres esconden sus rostros fue despreciado, y nosotros no lo estimamos» (Isaías 53:3).
Jesús experimentó la soledad de la tierra en el mayor grado. Cargado con nuestros pecados en la cruz, experimentó una horrible separación del Padre en ese momento en que gritó: «Dios mío… ¿por qué me has abandonado?»
Lo sufrió voluntariamente, por la alegría que se le puso, ¡la alegría de saber que tú y yo nunca tendríamos que ser separados de Dios por nuestro pecado! ¡Y envió al Espíritu Santo para que, aun en la tierra, nunca estemos solos!
«Y he aquí, yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin de la era» (Mateo 28:20).