Es casi patético que sea necesario hacer un momento para insistir en el hecho histórico real de la ascensión en los lugares celestiales del Hombre de Nazaret.
Si se niega la resurrección, entonces, por supuesto, no hay lugar para la ascensión. Si, por el contrario, se ha establecido que Jesús de Nazaret resucitó de entre los muertos, entonces es igualmente seguro que ascendió al cielo. No es necesario tener tiempo en discusión con tal como creer en la autenticidad de la historia del Nuevo Testamento, y con aquellos que cuestionan esto, el argumento es inútil.
Que hay un cuestionamiento inconsciente de este hecho de ascensión es evidente por la forma en que a veces se hace referencia al Señor Jesús. De ninguna manera es raro oír a las personas hablar de lo que hizo o dijo «en los días de Su Encarnación».
Tal frase, aun cuando no se use con tal intención, infiere que los días de Su Encarnación han terminado. Esto, sin embargo, no es así, más de lo que es cierto que Abraham, Moisés y Elías han dejado de ser hombres. Jesús ascendió en forma corporal al cielo, siendo Él mismo en cuanto a la victoria real Nacido de entre los muertos.
La reducción de Dios a la forma humana no fue por un tiempo simplemente. Esa humillación fue un proceso en el camino, por el cual Dios elevaría a la unión eterna consigo mismo todos los que debían ser redimidos por la victoria ganada por medio del sufrimiento. Para siempre, en la Persona del Hombre de Nazaret, Dios es uno con los hombres.
En este momento el Hombre de Nazaret, el Hijo de Dios, está a la derecha del Padre. No se debe permitir que las dificultades que surjan en relación con estas declaraciones claras en cuanto a la ascensión del Hombre de Nazaret creen incredulidad en ellas.