La historia del encuentro del Señor con una mujer samaritana es un maravilloso ejemplo de Su amorosa respuesta a las personas heridas (Juan 4:1–42). Jesús siempre está extendiendo la mano en el amor, aun cuando no reconozcamos Su mano extendida.
Aunque esta reunión pudo haber parecido accidental, en realidad fue una cita providencial con el Mesías. Al llegar al pozo, Jesús inició la conversación pidiendo un trago de agua. Su enfoque directo la sorprendió y abrió la puerta a un diálogo que cambiaría su vida para siempre.
A lo largo del intercambio, la meta de Jesús era ayudar a la mujer a reconocer su mayor necesidad para poder suministrarle el único don que satisfaga esa necesidad: la salvación y el perdón de sus pecados.
Había pasado su vida tratando de encontrar el amor y la aceptación en todos los lugares equivocados. Cristo le ofreció el agua viva del Espíritu Santo, lo único que saciaría su sed espiritual y emocional.
Al igual que la mujer samaritana, a veces podemos tener tantas intenciones de satisfacer nuestras necesidades inmediatas que no vemos la mano de Dios extendiéndose a nosotros en el amor, ofreciendo lo que realmente satisfará. Solo Cristo puede llenar nuestras almas vacías para la eternidad y proveer para nuestras necesidades emocionales esenciales ahora.
Este mundo está lleno de pozos que prometen proporcionar amor, aceptación y autoestima, pero nunca satisfacen plenamente. Cuando tu alma esté vacía y el pozo se seque, busca a Jesús. Tiene una cita divina programada con ustedes, y apagará su sed con Su Espíritu, si lo permite.