Es bastante fácil imaginar que en la gran multitud de familiares y amigos que hacen el largo viaje de Jerusalén a Nazaret, un niño podría desaparecer por unas horas, solo para reaparecer a la hora de la cena. Esa parte de la historia es comprensible. También es concebible que un chico travieso se esconda o incluso huya.
Pero eso no es lo que Jesús hizo.
Se quedó en Jerusalén para poder discutir asuntos importantes con los «doctores de la ley», los escribas y sacerdotes que pasaron toda una vida estudiando la ley escrita y el comentario oral.
En nuestros días podíamos imaginar a un chico pasando horas jugando videojuegos. Pero esto sería como un chico de 12 años pasando horas discutiendo las minucias del derecho constitucional con los socios de un gran bufete de abogados.
La respuesta de Jesús a su preocupada madre nos recuerda las prioridades más altas de la vida: «¿No sabías que tenía que ser asunto de mi Padre?» (Lucas 2:49). No nos sorprende cuando el siguiente versículo nos dice que no entendían lo que estaba diciendo.
Fue un recordatorio solemne de que aun cuando era niño Jesús era consciente de la llamada divina de Dios a su vida. No necesitamos indagar en lo mucho que Jesús entendió acerca de su destino futuro en este momento. En el lado divino, ciertamente sabía todas las cosas. En el lado humano, creció en conocimiento a medida que crecía. Pero sabía incluso a la edad de 12 años que no era como otros chicos. Fue llamado a su «asunto del padre», y eso debe ser atendido, incluso si sus padres no entendían.